Y va otra hoja arrancada del calendario, octubre a
diciembre. Enero, febrero… junio… ¿y ahora qué? ya nada. Ya solo nos queda ir
tachando día a día. Ver pasar las semanas, recordando aquellos meses entre
abrazos, besos y conversaciones hasta altas horas de la noche. Ver pasar los
años, recordando aquel primer cruce de miradas, aquellas pasadas sonrisas
inocentes. Sonrisas con ganas de soñar, miradas que pedía a grito ser parte de
la vida del otro, conversaciones sin sentido. Daba igual el tema. Lo importante
era el simple hecho de hablar. Un “Hola, ¿cómo estás?” hasta un “Ya me tengo
que ir”
Te das cuenta de que todo va cambiando o de que todo ya
cambió cuando esa persona ya no aparece en esas fotos, cuando ese chat en el
que antes se colapsaba ya no tiene absolutamente nada, cuando ya no ves en el
móvil aquellas llamadas perdidas de las quedadas con ella en la que llegabas
tarde por no saber que ponerte para gustarla.
Ya todo se perdió, nada significa nada. Un besos en la
mejilla antes era mariposas en el estómago... ahora mil besos al día es como un
cariño entre hermanos. Lo que antes un abrazo te era esas sensación de
nerviosismo ahora es abrazo lleno de amistad. Lo que antes era un “Hola amor”
que te sacaba la sonrisa más grande que una persona podía sacarte, ahora es un
“Hola” y este mismo “Hola” es el que se te hace insignificante, ya que no pides
más. No quieres más nada, porque así eres feliz. Tanto tú como ella.
El destino no os quiso juntos. Pero si quiso que juntos
supierais que era el amar de verdad.
No llores por aquello que terminó. Sonríe por aquello que
sucedió. Eso hace ella. Y créeme a aprendido a ser feliz.